Acoso o Bullying: características y consecuencias

Acoso y Bullying


¿Qué se entiende por bullying?

El bullying, también conocido como “acoso” o “intimidación”, se trata de una serie de comportamientos violentos e intimidatorios que se dan de forma sistemática y metódica, y se ejercen sobre personas que no pueden defenderse. En general, los acosadores perpetran la violencia contra sus víctimas a través de humillaciones, maltrato psicológico, exclusión social y maltrato físico.

Este fenómeno, que tiene lugar en el ámbito escolar y afecta mayoritariamente a niños que están en el proceso de entrada a la adolescencia, tiene dos roles bien definidos: por un lado, está el acosador (en inglés, bully), que es quien ejerce esas conductas violentas y, por el otro, se encuentra la víctima, que es quien padece esas agresiones.

Bullying: ¿qué es y cuáles son sus características?

Un episodio aislado no es suficiente para hablar de bullying. Para referirse a este fenómeno en el ámbito escolar, es necesario que se cumplan ciertas condiciones:

1 - Los eventos de hostigamiento hacia las víctimas tienen un carácter sistemático; es decir, son algo recurrente, metódico y persecutorio.

2 - Hay una intencionalidad clara por parte del agresor de someter física y emocionalmente a la víctima.

3 - Se puede establecer claramente que existe una relación asimétrica de poder entre acosador y acosado.

Bullying en la escuela

Los comportamientos violentos que caracterizan el acoso escolar son: ofensas e insultos; burlas por la manera de hablar o por la apariencia física; difamación; exclusión por tener opiniones diferentes, y agresiones físicas. Las cifras son muy significativas y, según una encuesta del Instituto Nacional de Estadística Italiano (Istat), en 2014 más del 50 % de los jóvenes de entre 11 y 17 años fueron víctimas de un episodio que cumpliera con alguna de estas características por parte de sus compañeros.

En este punto, se hace necesario fomentar las capacidades y habilidades de los niños y adolescentes en una fase tan delicada como el desarrollo, a fin de evitar posibles trastornos psicológicos en el futuro. Por ello, muchos estudios sugieren la importancia de la psicología para atenuar los efectos adversos del bullying.

Los profesionales de la salud mental coinciden en que tratar esta problemática debe ser una prioridad, y su presencia en contextos escolares parece ser fundamental para hacer una oportuna y correcta identificación de las situaciones de acoso. Por ello, han indicado que es necesario ejecutar una intervención en las escuelas a través de programas de prevención. Estos programas deberán surgir a partir de la evaluación del malestar en los jóvenes, y de los factores de riesgo individuales, familiares y ambientales, que pudieran generar conductas violentas.

Ciberacoso

Cuando el hostigamiento se da a través de medios digitales, estamos hablando de “ciberacoso”, también conocido como “acoso virtual” o por su nombre en inglés cyberbullying.

Este tipo de agresiones son realizadas por un individuo o un grupo de individuos hacia alguien que no puede defenderse, al igual que ocurre con el bullying tradicional. Sin embargo, el ciberacoso tiene algunas características concretas que la diferencian del bullying clásico o presencial, las cuales acentúan la posición de poder, ya de por sí asimétrica, que existe entre el agresor y la víctima.

En el ciberacoso, el acosador tiene la posibilidad de acceder a la información personal de la víctima para luego utilizarla con fines de chantaje o simplemente para humillarla. En ocasiones, la víctima no tiene los conocimientos sobre los riesgos que conlleva exponer datos personales en Internet como la dirección de la casa o el número de teléfono.

Además, el anonimato que brinda Internet ofrece a los acosadores la oportunidad de ejercer sus agresiones sin esperar ni afrontar consecuencias. A diferencia de su acosador, quien sabe perfectamente quién es la persona que recibe sus hostigamientos, la víctima puede no saber quién es el agresor.

Por último, se encuentra el amplio alcance que ofrece la red. Esto provee múltiples oportunidades a los agresores para mostrar sus comportamientos violentos. En este punto, es posible que la víctima tenga ciertas dificultades para desconectarse del ambiente digital, o que tenga pocos conocimientos para hacerlo.

Las claves que se detallan a continuación podrían dar la señal de alarma de que un niño o adolescente se encuentra siendo víctima de ciberacoso:

  • Tiene comportamientos diferentes a los habituales.

  • Usa Internet de forma excesiva o, por el contrario, se niega a utilizar Internet.

  • Cierra las ventanas del ordenador cuando alguien ingresa en su habitación.

  • Mantiene largas llamadas telefónicas sin revelar quién es el interlocutor.

  • Conserva imágenes extrañas en su ordenador.

  • Sus posesiones aparecen inexplicablemente rotas y pierde dinero y objetos personales.

  • Realiza pedidos frecuentes para que lo retiren de la escuela.

  • Padece trastornos del sueño.

  • Padece trastornos de la alimentación.

  • Padece trastornos psicosomáticos (dolor de estómago, dolor de cabeza, etc.).

  • Demuestra falta de interés en eventos sociales que incluyan a otros estudiantes.

  • Tiene baja autoestima.

Estudios se han preguntado si, en situaciones extremas, el acoso virtual, además de todas estas consecuencias, podría conducir al suicidio. Los resultados demuestran que, si bien el ciberacoso es un factor que se encuentra presente en algunos casos de suicidio juvenil, en general existen también otros desencadenantes, como una enfermedad mental o el bullying de manera presencial.

Además de los adolescentes, los adultos también se ven alcanzados por el ciberacoso, especialmente en el ámbito laboral. Un estudio de las universidades de Nottingham y Sheffield señala que, de 320 adultos encuestados, el 80% había sufrido un episodio de ciberacoso al menos una vez durante los últimos seis meses. Además, los resultados expusieron que entre el 14 % y el 20 % de ellos había experimentado el ciberacoso con una frecuencia de, al menos, una vez a la semana; es decir, con una incidencia similar al acoso tradicional.

Bullying y homofobia

Las actitudes homofóbicas son aquellas que tienen por objetivo degradar, ofender y discriminar a una persona por su orientación homosexual. El término también suele abarcar a otras personas contempladas en la diversidad sexual, como transexuales y bisexuales.

La concepción de la heterosexualidad como el único modelo válido de relación en la sociedad genera una estigmatización en las personas que, muchas veces, las empuja a padecer trastornos de ánimo y al consumo de sustancias como la nicotina, el alcohol o la marihuana. De hecho, y tristemente, la estigmatización por la orientación sexual es la causa de un tercio de los suicidios de homosexuales cada año, y la incidencia es el doble cuando se trata de intentos de suicidio.

Cuando trasladamos esta problemática al ámbito escolar, y se utilizan la homofobia y el machismo como un arma de ataque de forma sistemática, estamos hablando de un bullying homofóbico. En estos casos, los agresores descalifican y humillan a sus víctimas por el mero hecho de tener una orientación o identidad sexual que se encuentre por fuera de los modelos de género normativos.

Existen tres rasgos que permiten distinguir al bullying homofóbico:

  1. Las agresiones tienen una dimensión concretamente sexual, pues los ataques están dirigidos más a la sexualidad que a la persona misma.

  2. La víctima evita pedir ayuda debido al recuerdo de episodios vergonzosos por su propia orientación sexual.

  3. Los pares de la víctima evitarán protegerlo, pues el hecho de “defender a un maricón” conlleva el riesgo de también ser considerado homosexual.

De esta forma, se perpetran diversas formas de violencia hacia las víctimas: amenazas; agresiones verbales con insultos y ofensas; agresiones físicas, que pueden incluir patadas, empujones y hasta colillas de cigarrillos apagadas en el cuerpo; y, finalmente, la exclusión del niño de la participación social, con el objetivo de producir un vacío social en su entorno.

Los efectos de la discriminación sexual en la escuela son variados. Por un lado, se vulnera la dignidad de las víctimas, lo cual hace que vivan la etapa escolar con gran incomodidad y humillación. Esto aumenta su inseguridad personal y la manera de relacionarse con las demás personas. En segunda instancia, se disminuyen las oportunidades individuales, pues el acoso homofóbico genera una deserción escolar mayor y, en consecuencia, más dificultades para entrar en el mundo laboral.

¿Cómo llegan a ser matones? ¿Cómo llegan a ser víctimas?

El “autoconcepto” es una noción clave para comprender qué es lo que convierte a una persona en acosador y, a su vez, qué es lo que hace que una persona sea víctima de bullying. El autoconcepto es el conjunto de ideas que las personas desarrollan sobre ellos mismos; es decir, es la percepción y el conocimiento de las propias características, habilidades y particularidades.

En este punto, es importante hacer una diferencia con la autoestima. Si bien ambos conceptos pueden tender a confundirse, son nociones completamente distintas. Mientras que el autoconcepto engloba los aspectos cognitivos del yo (cómo se ve y cómo se describe una persona), la autoestima engloba los aspectos evaluativos del yo (qué valor se atribuye una persona a sí misma).

Según estudios, los niños y adolescentes que tienen un buen autoconcepto son más propensos a alcanzar el éxito, tanto en el ámbito de las relaciones sociales como en relación con el rendimiento académico. Por el contrario, según una investigación realizada en 1988, un autoconcepto bajo puede conducir a la victimización, y el efecto de cualquier factor de riesgo será mayor en personas que tienen un autoconcepto bajo y que no se sientan capaces.

Otros estudios se han enfocado al estudio del autoconcepto en los niños y adolescentes que protagonizan comportamientos agresivos. Estos parecen mostrar un alto concepto de ellos mismos, aunque en estos casos no estarían demostrando una buena autoimagen sino rasgos narcisistas y la sensación de que intentan aparentar ser una persona diferente. De hecho, en los acosadores, parecería que sus actitudes de hostigamiento buscan precisamente ganar poder, admiración y atención para mejorar la imagen que tienen de ellos mismos.

Autoestima y acoso

Ya hemos establecido que el autoconcepto y la autoestima tienen diferencias: mientras que la primera noción refiere a cómo uno se ve, la autoestima indica la consideración o el aprecio que se tiene de uno mismo. Pero ¿cuál es la relación que existe entre la autoestima y el bullying? Según sugieren los estudios, parece que, efectivamente, el valor y la estima que los niños se atribuyen a ellos mismos puede influir en el fenómeno del acoso escolar. Sin embargo, existen ciertas contradicciones entre las investigaciones al respecto.

La mayoría de los estudios realizados en ese sentido encontraron que los niños víctimas de acoso escolar sufren baja autoestima: tienen una opinión negativa sobre ellos mismos, se sienten incapaces, cuestionan su propio valor y se sumen en estados de ansiedad y depresión. En ocasiones, los niños acosados son protegidos por personas psicológicamente más fuertes que ellos, pues la baja autoestima los convierte en blancos para los acosadores, con quienes no saben cómo lidiar.

Por su parte, los agresores se muestran con una autoestima más alta que la media, combinada con delirios de grandeza y narcisismo. Los niños que incurren en la práctica del bullying hacia sus compañeros suelen verse como personas optimistas, capaces de manejar los conflictos y las presiones negativas con gran destreza, y no tienen problemas para involucrar a otras personas en sus comportamientos agresivos. En esa misma línea, un estudio encontró que suelen ser personas que gozan de popularidad, lo que ha llevado a los expertos a preguntarse si la popularidad conduce a un incremento de la autoestima y a la adopción de conductas agresivas, ya que el sujeto estaría lo suficientemente amparado por su grupo de pares como para temer una confrontación.

Sin embargo, y aquí viene la parte contradictoria, esos datos han sido refutados en diversas oportunidades. Es posible que quienes se comportan de forma intimidatoria se perciban a ellos mismos como personas valoradas y bien vistas, pero eso no quiere decir que realmente lo sean. De hecho, un estudio que se realizó en niños de 12 y 13 años determinó que los acosadores, aunque son más populares que las víctimas, no gozan de tanta popularidad como se cree.

Acerca de la popularidad en la adolescencia, Luthar y McMahon (1996) señalan que esta está relacionada con el comportamiento prosocial (es decir, la intención de beneficiar a otros) y con el comportamiento agresivo. Los niños y adolescentes que demuestran comportamientos violentos, incluidos los acosadores, tienden a sobreestimar sus propias habilidades, y los niños que sobreestiman su aceptación social suelen ser los más calificados como “agresivos” por parte de sus compañeros.

A veces, los acosadores se muestran poderosos y superiores cuando no es lo que realmente piensan sobre ellos mismos. En este punto, es propicio señalar que la autoestima en los acosadores puede ser una forma de mostrarse ante el mundo que no se condice con el sentir real. Por otra parte, también puede ocurrir que los acosadores tengan ese tipo de comportamientos violentos no para ser respetados sino con el único objetivo de asustar a otros niños.

La percepción positiva sobre ellos mismos que tienen los agresores suele ser frágil. Salmivalli (1998) encontró en los agresores una alta autoestima en relación con las relaciones interpersonales y la atracción física, pero una baja autoestima con respecto a la escuela (acumulan continuos fracasos académicos); la familia; la conducta y las emociones (Salmivalli, 2001).

Otro estudio se encargó de investigar dos hipótesis: por un lado, que la alta autoestima lleva a los niños a tener pensamientos antisociales (hipótesis de activación); y, por otro, que la alta autoestima lleva a los niños a racionalizar comportamientos antisociales hacia ellos (hipótesis de racionalización). Se demostró la segunda hipótesis, mientras que la primera solo fue apoyada por los resultados de forma parcial.

Este dato es positivo, pues se desprende que aquellos niños con alta autoestima, sin importar que no gocen de popularidad entre sus pares, pueden racionalizar bien las conductas antisociales. Por otro lado, para aquellos niños que tienen tendencia a la agresión, tener una alta autoestima podría presentar un problema, ya que ayudaría a incrementar sus conductas antisociales (Corby, Hodges, Menon, Perry, Tobin, 2007). Otros autores, como Boden, Fergusson y Horwood, 2007, opinan, por su parte, que tener una alta autoestima en la preadolescencia juega un papel muy limitado en el desarrollo de conductas violentas durante la adultez.

En tanto, Marsh (2001) encontró que la agresión escolar y los factores de victimización están asociados con tres componentes del yo:

  • la autoestima general

  • las relaciones entre personas del mismo sexo

  • las relaciones entre personas del sexo opuesto

De esta forma, la victimización está correlacionada de forma negativa con el autoconcepto, y tiene efectos negativos en el desarrollo de la autoestima. Por lo tanto, un bajo autoconcepto podría conducir a los niños a mantener conductas agresivas y una victimización, y luego podría tener consecuencias en el desarrollo de la autoestima. Estos resultados son independientes de los efectos de género.

Bullying en la edad adulta

El acoso se da en el ámbito escolar y, por ello, se asocia a la infancia y a la adolescencia; sin embargo, eso no significa que este fenómeno no se dé en la adultez. El acoso durante la edad adulta tiene lugar fundamentalmente en el trabajo, y su forma más común se conoce como mobbing.

A diferencia del acoso escolar, el mobbing no contempla una dimensión física, sino que conlleva únicamente agresiones psicológicas y morales, y se ejecuta a través de comportamientos hostiles que excluyen a la víctima de las realidades social y laboral.

Según Hanz Leimann, el mobbing puede darse de forma “horizontal” o “vertical”:

  • Mobbing horizontal. Se trata de comportamientos violentos perpetrados por los propios empleados hacia un compañero de trabajo por diversos motivos: celos debido a un mejor rendimiento o a más capacidad, una necesidad de aliviar el estrés laboral o una necesidad de encontrar un chivo expiatorio sobre el que recaiga todo tipo de conflicto laboral.

  • Mobbing vertical. Es aquel que tiene lugar desde los empleadores hacia los trabajadores con el objetivo de inducirlos a que presenten su renuncia y, de esa manera, evitar cualquier problema de origen sindical.

Para establecer que nos encontramos ante un episodio de mobbing, deben cumplirse 5 condiciones:

  1. Debe existir una agresión.

  2. Aunque no sea posible establecer un índice exacto de periodicidad, sí debe repetirse de forma sistemática.

  3. Se asocia a la percepción de la imposibilidad de defenderse.

  4. Tiende a aumentar de intensidad con el tiempo.

  5. Sucede de forma prolongada en el tiempo. El parámetro de la duración es importante y, a pesar de que no existe un parámetro único, Heinz Leymann ha fijado un tiempo mínimo de unos seis meses.

  6. Existe una intención real por parte del agresor de acosar a la víctima a través de ciertas acciones, y su propósito central es el de excluirlo de las realidades social y laboral (Heinz Leymann).

Una encuesta realizada en 2012 en Europa arrojó que el 14 % de los trabajadores habían sido víctimas de mobbing. No obstante, es difícil definir este fenómeno aislándolo del contexto laboral en que se produce, y por eso es importante destacar que, muchas veces, estas conductas son vejatorias porque forman parte de un plan más elaborado que busca dañar la salud de las víctimas.

Consecuencias a largo plazo del acoso escolar

Ser víctima de bullying durante la niñez es, sin dudas, una experiencia desagradable. A su vez, es un desencadenante de trastornos que podrían presentarse durante la adolescencia y la vida adulta.

Muchos estudios han demostrado que quienes sufrieron acoso escolar padecen de trastornos importantes en la transición entre la adolescencia y la primera etapa de la adultez: agorafobia, trastorno de ansiedad generalizada, trastorno de pánico, psicosis, adicciones y depresión.

Además, quienes fueron víctimas de bullying también tienen más posibilidades de ser acosadores. Por su parte, quienes hayan ejercido el papel de acosador durante la niñez tienen mayor riesgo de desarrollar un trastorno de personalidad antisocial.

Por último, aquellas personas que en el pasado han sido tanto víctimas como acosadores (una víctima que se ha convertido en acosador o que, al menos, presenta un comportamiento acosador) tienen más posibilidades de desarrollar agorafobia en el caso de las mujeres, tendencia al suicidio en el caso de los varones, y trastornos de pánico y trastornos depresivos en ambos casos.

Psicólogos que tratan este tema