Resiliencia: definición, características y cómo practicarla

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Definición de resiliencia

Etimológicamente, “resiliencia” proviene del latín resilire, que significa “resurgir”, “rebotar” o “saltar hacia atrás”, y hace referencia a la capacidad de regresar a un estado físico y emocional previo a una situación estresante. De esta forma, para la psicología, la resiliencia es la forma que tienen las personas para enfrentarse a circunstancias traumáticas y poder superarlas; en definitiva, adaptarse a situaciones adversas con resultados positivos.

De hecho, su concepción en el campo de la psicología se relaciona con la existente en el mundo de las ciencias. En biología, por ejemplo, “resiliencia” hace referencia a la aptitud que tiene un ecosistema para absorber perturbaciones manteniendo sus estructuras y dinámicas intactas, logrando regresar a la situación previa a la perturbación. Por otro lado, en física y química, el término “resiliencia” designa la manera en que un material logra recuperar su forma inicial después de que se ejerce una fuerza que lo deforma.

En definitiva, alguien resiliente es alguien que afronta eventos difíciles y puede reconstruir su vida después. Esto quiere decir que no basta con hacerle frente a esos problemas: una persona resiliente es alguien que tiene la capacidad de seguir adelante a pesar de las crisis, y de volver a construir un camino de vida.

Por supuesto, una persona resiliente no es invencible: a pesar de que tenga más fortalezas para enfrentar situaciones difíciles que otras personas, también tendrá momentos de debilidad e inseguridades. Tampoco hay que pensar que las personas resilientes no puedan sentirse tristes, angustiadas o dolidas emocionalmente: las emociones negativas, como la tristeza, la ira o el miedo, son muy frecuentes, sobre todo en personas que hayan experimentado situaciones traumáticas o adversas.

Sin embargo, es evidente que las batallas superadas otorgan la fortaleza necesaria para sobrellevar las nuevas crisis con mayor entereza, y predispone a los individuos a luchar con más conciencia acerca de los riesgos que asumen y de cuáles son las probabilidades de éxito.

En varias ocasiones, la ciencia ha demostrado que las personas tienen una capacidad de recuperación, poniendo de manifiesto que la resiliencia es un fenómeno muy común. En general, el paso del tiempo es un factor sustancial para que las personas que han sufrido eventos traumáticos (como accidentes, muertes de seres queridos o desastres naturales) puedan adaptarse. En este sentido, el constructo de resiliencia destaca la importancia de los recursos de un individuo con respecto a sus capacidades de recuperarse para la supervivencia.

Entonces, ¿qué no es la resiliencia? En primer lugar, es importante no confundir “resiliencia” con “resistencia”. Mientras que, como hemos establecido, la primera hace referencia a la capacidad de adaptación, “resistir” (del latín resistere, “mantenerse firme”) designa la capacidad de oponerse a determinadas situaciones negativas. Por último, hay que entender que la resiliencia no es un estado de personalidad estable o que no sufra variaciones, sino todo lo contrario: implica una serie de actitudes, comportamientos y pensamientos que pueden desarrollarse y modificarse en cada individuo.

Tipos de eventos negativos en la vida

Hemos hablado de situaciones traumáticas o eventos adversos que pueden ejercer presión sobre la vida de las personas. Pero ¿cuáles son estas circunstancias?

Muchos eventos traumáticos variarán según el contexto social; sin embargo, entre las condiciones graves más comunes que pueden generar un fuerte estrés e impactar negativamente en la vida de los adultos, encontramos: la muerte de un cónyuge o un familiar querido, un accidente, la aparición de una enfermedad grave, una hospitalización, una separación o un divorcio, un desastre natural, un problema con la justicia o la pérdida del empleo.

En cuanto a los niños y adolescentes, hay otros tantos hechos traumáticos que podrían perturbar notablemente sus vidas: la muerte de un padre, una madre o un hermano o hermana, el divorcio de los padres, el encarcelamiento de un padre, el alejamiento de la familia, la presencia de alguna patología grave o una deformidad congénita visible.

Las características de los resilientes

La resiliencia es una función psicológica que se modifica con el tiempo según las experiencias y, fundamentalmente, los mecanismos mentales que la sustentan. En ese sentido, las personas que tienen un alto nivel de resiliencia logran afrontar de manera eficaz las crisis, pero no solo eso: pueden dar un nuevo impulso a su propia existencia e incluso alcanzar nuevos e importantes objetivos. Por ello, alguien resiliente es alguien optimista, creativo, flexible y con predisposición para el trabajo en equipo.

En esa misma línea, un alto nivel de resiliencia implica tener los recursos para poder lidiar con las dificultades sin sentirse abrumado por esos eventos. Además, alguien resiliente es alguien que está preparado para modificar el camino cuando sea necesario.

A continuación, veremos algunas de las características más importantes de las personas resilientes. Cabe destacar que los sujetos que las experimentan son plenamente conscientes de ello y, por lo tanto, es posible cultivar y fomentar la resiliencia, ya que esta presupone comportamientos, pensamientos y acciones que cualquiera puede aprender:

  • Locus de control interno; es decir, la percepción de un alto grado de control de los hechos que ocurren a su alrededor.

  • Compromiso y participación en actividades.

  • Predisposición hacia los desafíos; en otras palabras, la capacidad de aceptar nuevos retos sin percibirlos como negativos o problemáticos.

Factores de riesgo y protectores

Para superar la adversidad, las personas resilientes encuentran elementos que les brinden fuerzas en sí mismos, en las relaciones humanas y en los diferentes contextos en los que se desenvuelven. Estos elementos son considerados factores protectores y se diferencian de los factores de riesgo, que son aquellos elementos que reducen la capacidad para soportar y hacer frente al dolor.

Werner y Smith (1982) describen una serie de factores de riesgo que exponen a una mayor vulnerabilidad a los eventos estresantes:

  • Factores de desarrollo. Entre ellos, encontramos las discapacidades cognitivas, intelectuales o de aprendizaje, la incompetencia social o el déficit de atención.

  • Factores familiares. Algunas circunstancias posibles son los problemas en la comunicación, una mala relación con los padres, una clase socioeconómica baja o los conflictos familiares en general.

  • Factores emocionales e interpersonales. Mientras que los factores emocionales incluyen el abuso, la baja autoestima y un bajo control de la gestión emocional, dentro de los factores interpersonales encontramos el rechazo de los compañeros o el aislamiento.

Los mismos autores señalan que, entre los factores protectores, se encuentran:

  • Factores individuales. Entre ellos, se encuentra el hecho de ser el primogénito de una familia, tener un buen temperamento y poseer aptitudes como la autonomía, la sensibilidad y el autocontrol. Además, se incluye el poseer competencias sociales y comunicativas y tener la confianza de que los logros dependen del propio esfuerzo (locus de control interno). Por último, se encuentra una conducta seductora: la capacidad de agradar y de aceptar la ayuda que se ofrece desde el exterior.

  • Factores familiares. Entre ellos, encontramos una alta atención prestada al niño en su primer año de vida, una buena relación entre los padres, el apoyo a la madre en el cuidado del niño, una coherencia en las reglas y un apoyo por parte de las figuras de referencia emocional.

De esta forma, los niños que carecen de factores de protección (o que viven en entornos donde estos factores no están desarrollados correctamente) pueden tener dificultades emocionales, de aprendizaje y de comportamiento, y son considerados vulnerables. En cambio, los niños con factores de protección prosperan y son considerados individuos resistentes incluso si están expuestos a condiciones de riesgo.

Los componentes que conforman la resiliencia

Al explorar los factores protectores, es posible identificar cinco componentes que contribuyen al desarrollo de la resiliencia.

  • Apoyo social. La presencia de personas que estén dispuestas a escuchar los problemas es sumamente efectiva, ya que ayudan a reducir la carga del sufrimiento. Cuando existen personas que reciben toda esa información de forma amable, sin prejuicios, se logra movilizar una historia interna, dolorosa y solitaria (que puede conducir a formas de comunicación delirantes) hacia un sano intercambio participativo.

  • Resistencia psicológica. Conocida en inglés como hardiness, se puede dividir en tres subcomponentes:

    • Compromiso. Se trata de una serie de objetivos importantes que faciliten mantener una visión positiva.

    • Control. Es la convicción de controlar el entorno, movilizando recursos útiles para afrontar situaciones.

    • Desafío. Implica la visión del cambio no como una amenaza para la seguridad de la persona, sino como un incentivo y una oportunidad de crecimiento.

  • Optimismo. El optimismo es la capacidad de hallarle un lado positivo a las diferentes situaciones a pesar de que estas tengan un carácter negativo. Esta característica humana protege del sufrimiento físico y psicológico y promueve el bienestar individual. Según Seligman (1996), las personas optimistas tienden a disminuir las dificultades de la vida y a tener lucidez a la hora de encontrar soluciones a los problemas.

  • Autoestima. Junto al optimismo se encuentra la autoestima; es decir, el aprecio o la consideración que uno tiene de sí mismo. Una baja autoestima conduce a una mala tolerancia a las críticas de las demás personas, lo que puede traer aparejado una mayor proporción de angustia y dolor, aumentando la posibilidad de desarrollar síntomas depresivos.

  • Emociones positivas. Estas son aquellas que producen una experiencia emocional agradable. Centrarse en ellas contribuye al desarrollo de la resiliencia.

Por último, la resiliencia es determinada por la calidad de los recursos personales y los vínculos que podrían crearse antes y después del evento traumático. Hablar de “resiliencia” significa cambiar el enfoque con el que se perciben las diferentes circunstancias, superando los procesos de análisis lineal (es decir, de causa y efecto). En otras palabras, la resiliencia implica dejar de decir, por ejemplo, que alguien está condenado para toda la vida si está gravemente herido.

¿Cómo se practica la resiliencia?

Los mecanismos de resiliencia están presentes en cada individuo, independientemente de que estén influenciados por factores externos como el contexto social o los vínculos, o si evolucionan y se desarrollan a lo largo de la vida de la persona.

Mientras que, en la niñez, la resiliencia suele ser un comportamiento instintivo, en la adultez debería tratarse de una capacidad evolucionada que forme una parte integral en la actitud. No obstante, dependerá de cada individuo la capacidad de implementar la resiliencia en su vida. Además, es importante señalar que las habilidades y los factores necesarios para superar un determinado tipo de evento negativo pueden variar según el evento.

A pesar de que, en algunos casos, existe automáticamente una respuesta resiliente ante eventos negativos, en otras personas esto no existe esa respuesta, ya sea por:

  • Una baja opinión de ellos mismos. Por ejemplo, pueden llegar a pensar que son fracasados o que nunca triunfan.

  • Una opinión sobrevalorada sobre el resto de las personas. Por ejemplo, pueden creer que todos triunfan menos ellos, o que otros son mejores

  • Una concepción negativa del entorno. Es posible que perciban el lugar que los rodea como peligroso o lleno de problemas y obstáculos.

En resumen, desarrollar la capacidad de resiliencia depende fuertemente de qué concepción tiene la persona de uno mismo, del mundo y de las personas que lo rodean. Es por ello que, cuando esta concepción es negativa, es necesario modificarla para implementar la resiliencia. Por supuesto, esto no quiere decir que se deba adoptar una actitud excesivamente optimista, sino simplemente una actitud realista: una adaptación que considere los eventos negativos como oportunidades para explorar y de las cuales es posible extraer aprendizajes para crecer. En definitiva, es importante adoptar una postura que permita adaptarse de forma consciente a la realidad y no sucumbir ante las adversidades.

Intervenciones basadas en la resiliencia

Por supuesto, el concepto de “resiliencia” no está exento de debates en el mundo científico. Mientras que para algunos designa a individuos que nunca han presentado factores de riesgo o que nunca han exhibido síntomas postraumáticos, de trastornos mentales, delincuencia o adicciones a sustancias (Rutter, 1987; Werner, 1989), para otros se trata de un constructo más amplio en el que la capacidad de recuperarse sería una forma más amplia de resiliencia (Brown y Kulig, 1996; Horowitz, 1987; Miller, 2003; Roisman, 2005). También existen debates científicos acerca de la resiliencia en diversas etapas de desarrollo y en presencia de una psicopatología.

Según una serie de referencias del ámbito académico, es posible decir que el trabajo terapéutico con eje en la resiliencia está basado en la capacidad de los individuos para operar “transformaciones cognitivas” en momentos críticos, definidos como puntos de inflexión, dentro de un camino de recuperación. La posibilidad de que el individuo opere esas transformaciones se debe interpretar como un marcador de resiliencia, que representa una adaptación a circunstancias adversas que involucran factores protectores.

Desde el punto de vista de la prevención, es sumamente importante implementar intervenciones tempranas que estén orientadas a mejorar las habilidades de la resiliencia (en general, las habilidades socioemocionales). Todo esto tiene como objetivo prevenir el desarrollo de ciertas psicopatologías en la infancia.

Entonces, ¿las personas pueden aprender habilidades para mejorar su resiliencia? Según los estudios científicos, sí. A pesar de que en algunas investigaciones anteriores se había llegado a la conclusión de que los niños resilientes eran individuos con características extraordinarias, estudios más recientes demostraron que la resiliencia es un fenómeno común que se deriva del desarrollo saludable desde un punto de vista biológico, social y emocional en familias, escuelas y comunidades que tienen un buen funcionamiento.

El modelo de Matsen describe la resiliencia como un proceso regulador del estrés en la vida cotidiana; es decir, una capacidad para reaccionar exitosamente ante las situaciones más estresantes que se construye con el tiempo. En otras palabras, la resiliencia no es exclusiva de unos pocos privilegiados: es, potencialmente, de todas las personas.

Hay muchos programas destinados a promover la resiliencia en adultos, como el Programa Promoting Adult Resilience (PAR) (Liossis, Shochet, Millear, Biggs, 2009) y el Programa REsilience and Activity for every DaY (READY) (Burton, Pakenham, Brown, 2010).